Encordonando las Intangibles Fuerzas del Éter
Érase una vez en los Estados Unidos de América, un inmigrante escocés, emprendedor y autodidacta llamado Andrew Carnegie, gentilmente plantó un secreto en la mente de un joven. Siendo entonces uno de los industrialistas más exitosos del siglo XIX, le encomendó a dicho joven que desarrollara un proyecto que tomó 25 años terminar; de este proyecto nació uno de esos libros que marcan época: Piense y Hágase Rico, del autor Napoleón Hill.
Los 25 años que tomó el libro fueron para aprender de los 500 personas más influyentes de los Estados Unidos. La cuestión era descubrir cómo habían logrado amasar tanta fortuna o superar obstáculos aparentemente insalvables. ¿Había algún secreto en su manera de hacer las cosas?
“Benditos aquellos que sueñan y están deseosos de pagar el precio que haga falta para convertir sus sueños en realidad.”
W. Clement Stone, prólogo a Piense y Hágase Rico
El título irreverentemente metafísico de este artículo — “Encordonando las Intangibles Fuerzas del Éter” — es de hecho una frase dentro del libro, que se quedó fija en mi propia mente, cuando leí esta obra en mis tiempos de universidad. Se refiere a la historia de un ‘lunático’ llamado Guglielmo Marconi, cuyos amigos le habrían enviado a una institución psiquiátrica luego de haberles confesado que había descubierto la forma de propagar la voz humana a través de la distancia y sin necesidad de cables. ¿¡Sería posible imaginarse tal cosa!?
El libro de Hill se publicó en 1938. Uno justamente podría calificarle de ‘tratado alquímico’ para el entrenamiento y la disciplina del éxito. De un gran amigo y neurocirujano, compañero de conversaciones nocturnas y hasta autor de novelas de simbología y misterio, el doctor Marcelo Locles, llegué a escuchar por primera vez la expresión “filosofía magisterial”.
Este es un lenguaje arcaico cuyos resultados son la tecnología. Incluso hoy en día. Estos son algunos ejemplos de cómo nos hemos vuelto magistrales en usar esas “intangibles fuerzas del éter” — y así mis amigos y lectores no me lleven a un manicomio. Por ejemplo, observemos cómo se ha desmaterializado el logro tecnológico en el campo de la computación vestible (wearable):
- un dispositivo que se usa en el antebrazo para controlar a distancia
- unas gafas con una cámara que transmite la extensión del campo de visión de uno a cualquier lugar del mundo
- un aparato que coloca objetos delante de los ojos sin estar físicamente
- otro mamotreto que nos imbuye en un mundo que no es real.
- aquel dispositivo que reemplazó al papel, al facsímil, al teléfono, a la impresora, y más enviando bits de información ‘por el aire’
El negocio de las empresas tecnológicas es aquel que ha convertido sueños en realidad y necesidades en fuerzas de mercado. Son el ‘crisol’ diría cualquier viejo alquimista. El ingenio transmuta conscientemente la necesidad y la incertidumbre en herramientas e instrumentos útiles. Esto sería la filosofía magisterial a la que me refería antes.
Tanto para el desarrollo personal como para el crecimiento mediante las herramientas tecnológicas (extensiones de nuestros sentidos) se debe exigir lo que contrarresta a la incertidumbre: la estrategia. Recordemos que los antiguos identificaban la palabra estrategia con una forma suprema de arte para denotar la formación de fines y medios en objetivos, la metamorfosis de la esencia hacia la forma, la comprensión global de las causas, los efectos y propósitos… ¡ahora soy yo poniéndome filosófico!
Por lo tanto, ¿cómo deberíamos encordonar el conocimiento para hacerlo sabiduría? Esta es la cuestión casi esotérica que todo director de TIC debe preguntarse: “¿Cómo debo proponer la sinergia entre gestión de dispositivos, programación de software y administración de sistemas de la que resulte un mejor rendimiento económico de la mano de una avanzada tecnología que engrandezca la vida de los consumidores?”
Ya vemos pues, que hacer este tipo de comparaciones, que algunos verán como disparatadas, es parte de nuestra Revolución Espectral.