BREXIT: ¡Siguiente, por favor!
La Semilla del Mal
Abu Qatada era un clérigo musulmán salafista de origen palestino y nacionalidad jordana. En 1993, tras haber recorrido parte del mundo islámico, decidió huir de Jordania junto con su esposa y cinco hijos usando pasaportes emiratíes falsos buscando asilo político en el Reino Unido.
Abu no era amigo ni simpatizante de Occidente, ni de sus valores comunes, sino un irreverente salafista. Además de vivir de los servicios públicos, se dedicó a dar sermones en mezquitas abogando por la matanza de infieles, judíos y sí, también de otros musulmanes. El mote Londonistán se atribuye a las actividades abiertamente subversivas de Abu. Tras un largo periplo judicial, siendo arrestado varias veces y encontrándose convenientemente en un limbo legal, un 18 de febrero de 2009 (13 años después de su llegada) se le sirve una orden de deportación a Jordania, habiendo esta solicitado su extradición durante años.
¿Qué tienen que ver las andanzas de Abu Qatada con el Brexit? La cuestión es que la historia no para allí. Los abogados de Abu recurren al Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el cual bloqueará o hará frente a la legislación británica durante años, prohibiéndole que deporte al buen Abu.
No es hasta el día 7 de julio de 2014, 21 años después de su llegada al Reino Unido, que Abu pudo ser deportado a Jordania, siendo llevado en un avión de la Fuerza Aérea británica, con las garantías de no ser torturado.
Este artículo sirve para identificar una semilla. Una semilla que nace por la intromisión de un tribunal europeo en la legislación de una nación soberana, cuya clase política no pudo ver más allá. Este incidente solo provocó el descontento entre muchos británicos que incluso habían visto la larga adhesión de su país a la Unión Europea como un trámite más, la mayor de las veces con poca o ninguna importancia. También fue la oportunidad de oro de grupos minúsculos de corte nacionalista para irrigar esa semilla, como sucede siempre.
¿Qué habrán pensado los británicos (y los residentes extranjeros) que todos los días salen a trabajar, que pagan sus impuestos, que cumplen con las reglas, al darse cuenta que 200 mil libras esterlinas de su esfuerzo se usaron para proteger y alimentar a un fanático que aleccionaba públicamente cómo matarlos y que un tribunal extranjero les forzaba a tenerlo allí?
Otra Semilla Más…
Otro evento, esta vez desde el gobierno británico, que se solapa con este grave incidente y que alimentaría más el descontento de la Inglaterra rural (por ser la nación más numerosa dentro del Reino Unido)fue el Tratado de Lisboa (2009), prácticamente una ‘puerta trasera’ para ratificar el anterior y fallido intento de establecer una Constitución de Europa (2005).
Todos recordamos la vergonzosa actitud del entonces Primer Ministro Gordon Brown quien, para no aparecer como firmante frente a las cámaras, envió al Secretario de Estado de Asuntos Exteriores, David Miliband, a que firmara por él. El gobierno laborista tanto de Brown como de su predecesor, Tony Blair, no sometieron esta firma a referendum.
¿Qué habrán pensado los británicos ‘de a pie’ viendo cómo la República de Irlanda — un país entonces emergente como un powerhouse financiero — sometía legalmente a referendum tanto la necesaria reforma a su Constitución como a condicionar a la Unión Europea a respetar por escrito los valores propios de los irlandeses?
El Antiguo Imperio Británico
He aquí otra clave para comprender las raíces del proceso que encierra el portmanteau Brexit. Lo haremos con un poco de historia. Pero sólo un poco.
Tras la Primera Guerra Mundial, los imperios cristianos junto con el último califato musulmán, habiéndose hecho filetes unos a otros, cayeron. La cristiandad como realidad, tal como lo recoge el magnífico trabajo del profesor Diarmaid MacCulloch en su libro La Historia de la Cristiandad, se exterminó a sí misma.
Sin embargo, hay una característica de los británicos que les hizo sobresalir. Lo poco que les quedaba, fue diluyéndose de manera ordenada. Los británicos supieron negociar el final de su mandato colonial. Vemos ejemplos de esto en la independencia de India y Myanmar, y el nacimiento de Paquistán. Pese a que la defensa de las islas Falkland (Malvinas) frente a Argentina sólo decía que la marina británica seguía siendo de clase mundial, la salida de Hong Kong en 1997 — podemos afirmar sin equivocarnos — marca el final de su imperio.
La moraleja es que no perdieran su imperio librando batallas contra sus súbditos. Supieron negociar su salida y, además algo muy importante desde el punto de vista geoestratégico, es que supieron posicionarse. Londres continuará siendo una de las grandes capitales financieras del mundo junto con New York, Shang Hai y Hong Kong.
Pese a la desastroza gestión del Brexit, desde el referendum que David Cameron hizo cumplir como promesa electoral, hasta el fallido gobierno de Theresa May, el camino de la división entre británicos, los Brexiters (Fuera) y los Bremainers (Dentro) ha sido doloroso y ha dejado muchas heridas. A esto añádase la desazón con el gobierno escocés que insistirá en un nuevo referendum de independencia, puesto que sus ciudadanos así lo votaron.
Brexit iba a ser un golpe de atención, un susto para los poderes fácticos. Nada más. Nadie esperaba ese resultado. Incluso en Mountain View, California, desde uno de las amplias cafeterias dentro del Googleplex, observábamos estupefactos los resultados de la votación.
Los oportunistas de aquí y de allá aprovecharon la sincera convicción de sus conciudadanos para enfrentarles. Tampoco contribuyó el auge xenófobo en unos y la petulancia sabelotodo de otros.
Lecciones que Aprender
¿Por qué a la mayoría de británicos de cierta edad les resulta extraña la noción de ‘identidad europea’? No, no es porque “se crean mejores” como se suele acusar en las discusiones de chiringuito. La isla nación que nació de los nativos britanos, los anglosajones y los escandinavos retuvo un aspecto antropológico que en el continente se llegó a perder: la independencia y el recelo a los poderes ultranacionales.
El denominado Common Law o Derecho Consuetudinario es más que un cuerpo de leyes. La Magna Carta Libertatum firmada por la fuerza por el Rey John I de Inglaterra en 1215, es en muchos aspectos la versión cristianizada y escrita de una antigua Männerbunde. Los grandes historiadores Heródoto, Julio César y Publio Cornelio Tácito así lo acreditarían.
Quien escribe y suscribe no es británico. Ha estado en el Reino Unido muchas veces por motivos de trabajo y conoce muy bien el ecosistema tecnológico tanto dentro como fuera de ese mini país llamado Londres. Eso sí, vive rodeado de británicos jubilados, que son parte de un sector de mercado para España; si hubiese podido votar en el referéndum, habría votado por permanecer en la UE.
No obstante, y como libertario, tras observar la arrogancia extrema de los altos cargos de Bruselas, su incesante campaña para rendir la soberanía de las naciones e incluso eliminar la regla de la unanimidad en la toma común de decisiones, como lo indicó el Eurodiputado Guy Verhofstadt, yo habría votado por el Brexit en un segundo referéndum.
La diferencia entre la vanidad de un francés y la de un inglés parece ser esta: el primero piensa sobre todo lo bueno que es francés, mientras que el otro piensa en todo lo malo que no es inglés.
La Unión Europea nunca debió convertirse en una unión política y social. Debió quedarse en el comercio y hasta en lo militar. Podemos equivocarnos y el tiempo dirá, pero tememos que el Reino Unido sea sólo el primero en salir.
Abu Qatada, el fanático yihadista y clérigo musulmán, vive cómodamente en algún suburbio de Ammán…¡siguiente, por favor!